Good Fellas
Tardenoche encendida adentro del lobo, con el aliento fétido, las piernas colgajos de tanto caminar. Y el ayer que fue noche de música, de notas que se colgaron del techo con pedazos de algodón amenazando con desplomarse. En cualquier momento. Hasta que la gente empezó a soplar. Hasta que el caudal de brazos y piernas remaron a contracorriente, avalanchas humanas en las gradas, para sacar lo mejor de esas notas que ya se vuelven todas iguales y sin sentido, unas pegadas con otras, brillando por su uniformidad. Entonces deambulé, con Gus, la Pequeña y Ciro; se sumaron aderezos del momento, que fluctúan, van y vienen y no queda más en la retina que un gesto de colores o una broma escapada al aire. Caminamos, hasta que los pies se acostumbraron al surco y el ancla decidió plantarse. Entonces ellos me regalaron el sonido auténtico, el eterno goce del sacar las tripas hacia afuera, de sudar sangre por los cuatro costados, o los cinco. Y así desgranaron langostas, aplastadas en la vereda y en mi sien. Deliraron Cecilias, sudaron Pavimentos, pavimentos agitados con las cámaras que miraban y la gente dedicando sus mejores sonrisas en caminos sin estrellas a sus propios Hollywoods, esquina el infierno. Desestresándome, seguí desestresándome con saltos al vacío, y el pelo inmóvil hacia atrás del Pedro, el Pedro agitado con el cascote trancado en la garganta y los ojos apuntando al micrófono, oculto en busca de las respuestas, de las palabras que la multitud de cabezas que se mueven como autómatas parece no saber tirarle. Y la guitarra que sufre, sanguiñolientos acordes para huir colgado hacia el espacio, él con sus lentes gigantes, quieto en su rincón izquierdo, desarmando mi conciencia cada vez que un dedo mueve su posición sobre el diapasón. La derecha con furia, furia rasgueada, sangre igual y hermanada, los ojos saltones y el rasgueo que sigue, continúa hacia el infinito con las llamas que consumen el escenario; el contrapunto perfecto, para el otro, con los lentes, quieto en su rincón. Corazón bombea sangre, impulsa energías de saltos cuadriculados, y la gente que se agolpa y me lleva, a un lado y a otro, sin querer moverme pero dejando hacer, con Gus que salta y me abraza, brazos al aire y el estribillo que nos desfleca la garganta. Y la base que machaca, el cuerpo desgarbado, inclinado hacia adelante con dedos que se mueven pero que parecen estar quietos, la energía consumida por los demás y la mano que sigue en su ralentí, hacia adelante y atrás, armando piso para poder pararse. El fondo dominado por el señor pulpo gigante, cinco brazos al aire para aporrear la noche de luciérnagas y moscas sidosas, calcinar articulaciones, descerebrando movimientos inventados mientras el ritmo no se va y todo se hace un goce y el ritual que aumenta mientras Pedro le grita al micrófono que lentamente levantó la copa. Y luego se van. Tengo arena en los pies y piedras en la nuca, el whisky corriendo desbocado por el cauce neuronal, la lengua descontrolada en frenesí de palabras. Me voy. Las nubes volvían a teñir mi horizonte con colores amarillos, pálidos. Sonaban los acordes parecidos, uno atrás del otro, y el mismo del principio que se repetía y la gente que dejaba sus cerebros colgados en la barra, o en el arco de fútbol y cantaba los gritos de las hinchadas. Yo me iba. Quedaban los alienígenas, con coladores para protegerse de la fuga de ideas. También los abandonados, el grupo de la fortaleza, esta vez con vientos y caños dorados, pero ellos caminado al costado, mirando de reojo a los que trepan fácil, pero ellos con los pies apoyados y el dios del trueno con la cara pintada y la vestimenta del fraile. Ellos, y los insolentes que van al revés del mundo, que le cantan a la incoherencia. Pero estos parecen estar jugando en las grandes ligas, con la gente portando banderas. Entonces hubo que conformarse con escuchar de lejos, las ondas que se escapaban por sobre los muros. Puse piloto automático, los pies alternándose en la caminata. Seguía la fiesta, pero yo ya estaba en la Y, o en la Z. |