domingo, mayo 28, 2006

Poca velocidad en piernas que corren

A poca velocidad. Así corría el mundo mientras me montaba en el corcel negro y cabalgaba las llanuras ajenas.
Y veía pasar montes, estepas siberianas y nidos de cotorra; veía pasar los deseos de los demás, esos que son tan de todos pero que no puedo entender. Porque no puedo concebir el mundo más allá de mi nariz. Y porque la realidad se limita a las cuatro paredes de mi cuarto; la neblina ya cayendo porque es de madrugada y no puedo entender que las gentes se vayan a retirar a sus cuartos de invierno; y no pueda seguir metiendo esa sustancia amarilla en mis venas.

La realidad se refracta a través de un periscopio. Y me gusta verla así, teñida de un subjetivismo feroz. Y la defiendo, dientes apretados para no ver las razones que otros restregan contra mi espalda. Quiero una vida sin extensiones, sin prolongaciones de mi ser, críos que no sirvan más que para engrosar las listas de natalidad de un país que se derrumba en franca decadencia.
¿Cuál es el motivo? ¿Por qué plantar semillas en úteros libres? Y ellos que no esperan más que una ducha tierna de espermas voladores, todos pasando a saludar y luego seguir de largo porque no es momento de formar nada y porque la tierra ya está demasiado llena de cabezas pensantes que se dedican a pensar en nada.

Así estaba hoy. Y te odio, en este momento creo que te odio, hijo mío por llegar y que descansas siesta eterna en un abdomen que desconozco. Te detesto, tu vida dependiendo de mi voluntad y yo que no quiero verte el rostro. Porque no necesitás pasar a este lado. Porque no necesitás caminar horas de baldosas y que la lluvia caiga en gotas chiquitas sobre tus hombros y tiña la realidad; así está bien, vos de ese lado y yo remando por los dos, las horas jugando a las escondidas y nada para hacer.
Me miro las manos, levantando yemas enfurecidas sobre el teclado blanco y nuevo. Y creo que no soy. No. No soy yo ahora mientras aporreo las letras sin saber exactamente adónde se dirige esta frase que empieza balanceada y después se pierde en una maraña.
Y tampoco sabía quién era más temprano, cuando te visité a vos y te regalaba besos. Y después te los robaba. Y después los reclamaba para llevarlos a congelar en mi freezer, porque todo es mejor cuando el almacén está llena para degustar en unos años.

Golpeo. Golpeo sí. Golpeo eterno la frente contra el espejo que no se calla y me devuelve esa imagen de mierda, sí, ese ser que se ríe y me dice que ya no hay nada para hacer y que todo se limita a sonreír y mirar para el costado, que ya va a venir alguien que barra debajo de la alfombra.
¿Por qué no puedo mirar arriba y abajo y no dejar de verte? Verte a vos, que todavía no sé quien sos pero que te escondes entre las góndolas del supermercado; y yo que te camino de cerca pero nunca para encontrarte porque estás destinada a volar lejos y yo cayendo una y otra vez en esa trampa que está armada.
Es eso. Ahora quiero golpear la razón, quiero hacerla funcionar correctamente, el mecanismo del reloj cucú y el pajarito que salía a avisar quién venía. Todo perfecto. Todo corría como en un sinfín. Y así era más fácil, mierda, claro que era más fácil así. Porque no tenía dónde verte. Porque no estabas nunca. Sólo eras una colección de sombras que yo nunca iba a ver; sólo eras una colección de nadas muy ajenas a este ser mío que se debate entre qué hacer con los días del fin de semana.
Ya veo las horas pasar, empujándose las espaldas en horario de empleado publico. Peleando por ser algo; luchando en mi vida que se escurre rápido. Y sin las motivaciones, claro, sin las motivaciones que todos debemos tener. Porque todos somos animales de carroña que vagamos por la planicie, colmillos sangrantes y esperar la próxima víctima, vestida de blanco pureza y esperando el juramento eterno. Y un yo dice que no. Un yo dice que se niega. Entonces el resto de los ojos se gira para verlo. Y este yo que mira la pared del rincón, solo. Y este yo que quiere flotar, porque ella ya está volando sin que pueda alcanzarla.
Algo que me dice que las razones no se pintan de negro. Que solo se acumulan; papeles viejos llorando su olvido.

viernes, mayo 12, 2006

Y la tierra era un mar de nucas

Entonces supongo que sí, que esto es lo que hay que pagar. Sentir que soy un ser despreciable que inunda los cuerpos a su alrededor con la inmundicia más grande; destruyendo el terreno, ahora lleno de abismos inmensos donde caer a diario, porque cada paso es titubeante y no puedo saber exactamente lo que va a pasar después de apoyar el pie.

Y eso, eso es lo que duele, lo que molesta. No puedo abandonarme a manos ajenas, poderes siderales a los que venerar en trances para no ver la realidad que busca golpearme la cara. No puedo dejar que el señor de barba domine mis actos, que sea él quien intercale mis acciones pensantes con sus hechos casuales. No puedo, ya me bajé de la rueda de hamster, equilibrio suicida por el borde de la mesa.
Ahora prefiero ser cuña, ahí, clavada profundo en medio de cualquier felicidad. Y destrozarla. Sí, hacerla saltar en mil pedazos por el aire.

Por eso vine. Porque tengo que aprender a caminar sin las muletas de la vida prefabricada. Y me duele, no creas que no. Me duele no tener tarde-días-noches felices, plenas con el tubo catódico y luego creer que no queda más allá y que las noches se reducen a una frazada y los pies entrelazados.
Debo aprender a no pensar, que las neuronas se empasten en un caldo espeso; marea quieta porque igual no tengo adónde ir. No pensar, es eso, no sacar cálculos matemáticos de las horas que me restan por delante. De cada una de ellas. Porque en algún momento decidí empezar a correr con botas de gigante; y cada momento se transformó en un flash mínimo en mi línea de años; momentos como fotos fijas en la memoria y los recuerdos que siguen acumulándose. Porque se siguen agolpando. Porque todas las horas se llenan de polvo cuando las dejo atrás. Las hileras de dientes sonrientes pasan por mi almohada, una tras la otra mientras yo me muevo de vidriera en vidriera buscando no sé qué, la plata apretada en el bolsillo sin saber cómo gastarla.

Hoy sos vos la que se va. Y miro los ojos de negro discutido y quiero bañarme en esa inmensidad. Bucear hasta adentro de tu cabeza. Sacar las horas malas, lo sé, aquello que te aprieta y no te deja ser.
Y, ¿sabés? Es lo mismo que comprime mi corazón/razón; lo mismo que ella me hizo clausurar; años muchos pero la normalidad que nunca quiso volver a hacerse amiga.
Hoy te vas; gotas con sal rogando salir y mi pecho que no puede contener las ganas de abrazarte. Pero no puedo. Ya no puedo.

Cargo con algo que yo mismo busqué. Y es mi peso; es mi cruz, no la tuya. La bomba duerme una siesta larga en mis entrañas, próxima a detonarme la existencia. Porque nadie me quiere acá, de este lado del mundo; porque no nací para vivir en este momento ni en este lugar. Porque no nací; simplemente pagué el peaje y entré a ver que pasaba.
Hoy ya no quiero ver más; los ojos lloran de imágenes fétidas y mis ganas ya marchitas. Hoy quiero irme, hacerme bicho bolita en un puño y arrojarme lejos. Para no ver. Para no ser.
Igual te regalo besos, para que te los guardes en esa cajita de terciopelo negro. Y me llevo gracias; gracias por tus dedos tiernos; gracias por la mirada triste. Viajan conmigo, porque ya son pedazos de mi cuerpo.

Hoy me voy y no tengo ni idea de a dónde. Y quisiera saberlo, más que nada en este mundo. Así viajo, pateando pedazos de cuerpos, escombros de mi propia vida. Ya es hora de que me mueva, una vez más. Todavía quedan hectáreas de mundo por ser destruidas.
No te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella.