A alguien le cabe el sayo
Un día él se despertó. No fue gracias a mí, ni gracias a la pequeña. Fue la bestia negra, que avanzaba babeando, tirando furia y ternura por los cuatro costados como una máquina que desconoce lo que hace. Entonces lo pude ver, lo pude oír. Lo tuve cerca y creí pedirle un abrazo. De esos que nunca daba, los que no tenía o creía haber perdido en el camino hasta su rincón oscuro. Y él se transformó en crío indefenso por un rato. Y ese niño tímido lloró por unos minutos descargando lágrimas oxidadas y guardadas por años en cajas de depósito, acomodadas por fecha y número de inventario. Pero así como apareció volvió a esconderse en las profundidades de la caverna que tenía en el pecho. Y en el alma. Cada gota de su llanto sabía a secreto nuevo, a revelación. Entonces encendí mi antorcha y quise adentrarme, recorrer los pasadizos ocultos que él no quería revelar. Y la luz mostró pasados de noches solitarias y frustraciones de delgada palidez, de caminatas sobre baldosas cansadas y ramblas con amigos efímeros como los tres meses del verano. Y en cada cuarto, en cada compartimiento que se mostraba ante mis ojos, una llamarada crecía desde el suelo y consumía las fotos, las voces y las lunas. Devoraba pasados transformándolos en cenizas sobre las que construir un presente con máscara. Una cara de piel de metales y expresiones rígidas. Y por debajo, el mismo niño indefenso que sacaba punta al lápiz de dibujo, solo, en su cuarto, mientras la luz callejera de un sábado empujaba la pelota por el pasto. |
Comments on "A alguien le cabe el sayo"
toc toc (en el pecho y en las venas): la pelota todavía no toca el pasto. y es tu turno. (si quieres mientras te detengo tus colmillos, no te vayas a lastimar)
En mi caso, yo pude conocer algo de ese niño. Le agradezco a Dios por esa oportunidad.
Las famosas máscaras... hay que admitir que le ponen gracia al momento de la REVELACIÓN
apocaliptico
Pero mientras más te adentrabas en las cavernas del monstruo hecho niño-niño hecho monstruo, sus fauces se fueron cerrando. Y la revelación se transformó en una condena, las más pesada: ser el testigo del horror.
La pelota se ha detenido en el pasto. La punta del lápiz se ha roto. La máscara sigue en su lugar.
Prepárate un rostro para enfrentar los rostros que enfrentas.
El laberinto de la memoria anida criaturas tiernas, que nos escupen cuando las queremos iluminar. Nos echan en cara el presente y vuelven a acurrucarse detrás de la pared. Y queremos caminar, seguirlas, pero los pies ya no funcionan y tenemos que volver. Afuera amanece y está por sonar el despertador.
Nasty: los colmillos ya están más que limados, no se preocupe. Ahí va la pelota, alta, para que no caiga.
Soñadora: no le agradezca. Ese señor no existe, es papá noel.
Galgata: dependiendo de lo que uno encuentre debajo.
Ele: ni tanto, se podría decir que volcánico.
Gibreel: la máscara siempre vuelve a su lugar. Y el lápiz no se rompe, simplemente ya no se gasta.
Cerdo que vuela: o dos, dependiendo del punto cardinal en qué te miren. O cuatro, si uno viaja lejos.
Ligustrino: ya sonó. Y la criatura despertó y se transformó en ser deformado, casi que adulto.