viernes, julio 08, 2005

Surfear la vereda

Era un pato. Yo lo pude ver. O quise creer que lo veía. El tipo vino lentamente nadando hacia mí, me miró y cuando quise preguntarle algo se hundió en el agua turbia. Jota no lo pudo atrapar. Ciro dormía, enrollado en su bufanda de boa que le apretaba el cuello hasta morir. Era un ser incorporado, un parásito infecto que se había instalado en su cuello desde hacía años. Pero a Ciro no le molestaba. La dejaba hacer y la quería como a una amiga. Y la bufanda iba con nosotros a todos lados y se pedía una vuelta de vodka con naranja, lo que más le gustaba.
El pato asoma la cabeza por el espacio entre los dos asientos de adelante. Me mira y se vuelve a hundir. La radio escupe música armoniosa. Creo que es « No rain ». Me río por la ironía y miro al cielo. El viejo me odia, yo lo sé. No le gustó que lo insultara en la ruta. Menos cuando mi niña tuvo que irse temprano, a solo cinco años del amanecer. Ahora le hace guiños a mi hermana, le tira piropos y le promete el paraíso eterno. No puedo más que mirarlo fijo. No le temo, pero el vidrio que nos separa es cada vez más grueso. Por eso ya no me escucha, ni yo a él. Por eso me manda sus aguas inmundas y podridas.
Ahí está la bayerischen de Gus. En el medio del océano. Un océano que va de vereda a vereda. Flotamos a la deriva y nos dejamos llevar, mientras Gus golpea infructuosamente el volante. No hay electricidad. No hay arranque. No hay escapatoria. Sólo hay que esperar que el diluvio cese y las aguas bajen. Jota dibuja seres deformes en el vidrio empañado. Ríe como un poseído y cinco o seis pequeños de antenas puntiagudas se escapan por una de sus orejas y se cuelan por la rendija de la ventana. La mente de Jota nos habla. Tiene miedo de quedarse a solas con él. Y con nosotros. Gus no entiende que pasa. Empina la cerveza y se rasca la nuca. El pelo parece una maraña desubicada. Gus grita. Mira por la ventana y grita desaforado. Es un idioma extraño que sólo él entiende. Palabras importadas de otros lugares, de otras culturas. No sé. Ciro sigue durmiendo. O haciendo que duerme. El ojo derecho parece controlar todo. Es que Ciro no puede dejar nada librado a la suerte de los demás. Y cuando lo deja, los cuatro ya conocemos lo que pasa. El pato se escapa por la ventana de Gus, que en ese momento comía una hamburguesa. Completa, con carrito, bujías y mangones. Jota y Ciro hablan. Siempre hablan. De mundos raros, de colores y plasticinas. Y yo estoy por ahí. Pero en realidad no estoy mucho. Hago la plancha y floto sobre el agua. El pato me empuja hasta la boca de tormenta, donde el caudal se vuelve cascada. La lluvia cesa y el primer rayo de sol aparece atrás del nylon negro que cubre el cielo. Y nos ilumina. El viejo me sigue necesitando acá. No sé para qué.

Comments on "Surfear la vereda"

 

Anonymous Anónimo said ... (11:20 p. m.) : 

Esto es de lo q te hablaba!! Sublime. No pierdas el surrealismo y el humor. No te hundas en el fondo negro de tu página.
Escribí de día.

 

Blogger Carolina Moro said ... (8:04 p. m.) : 

Surrealista, increíble, loco, catártico, de mentira y de absoluta verdad. Cómo no lo hice antes, no lo entiendo.

saludos

 

post a comment
No te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella.