viernes, julio 08, 2005

Rambla de carbones amarillos

La rambla se perdía lejos, en un punto difícil de distinguir. No sé si era el limite de la calle o el comienzo de la tormenta. Porque se acercaba una tormenta. Negra, maciza. Nubes redondas como jabones espumosos, algodonadas, llenas de agua infecta y oscura. Iba a llover en cualquier momento. Por eso esperaba. La Mole también esperaba. Me hacía compañía, aunque a veces no estuviera. Porque él se va de a ratos pero vuelve enseguida. Y asiente suavemente a mis preguntas, con un cierto dejo de sabiduría sobrenatural.
Mientras la Mole ocupa todo el espacio bajo el techo, yo me entretengo mirando la única estrella que en este momento me saluda. Me gusta la Estación. Pero no las palomas. Y en la Estación Central de Barkir la única compañía son las palomas y los ratones. Las palomas en realidad no son mucha compañía porque duermen. Duermen mucho. No les gusta trasnochar. En el caso de que alguna llegue tarde a la comunidad, es expulsada de inmediato. Hay pocos juegos de llave y a las 10 de la noche ya deben de estar todas colgadas en el llavero, el que está junto a la viga marrón, enmohecida por el tiempo... y por el moho. Es claro: el moho, enmohece. Nunca me gustó mucho la palabra moho. Es como si quisiera decir moco y alguien me pusiese una mordaza en la boca en el momento justo. Y así sale: moho.
Las nubes comienzan a moverse lentamente. Se van al sur, a la patagonia o algún lugar de esos. Dicen que les gusta el hielo y los glaciares. Yo tenía un amigo que quería ver el hielo y se fue al sur. Bueno, se llevó un amigo con él. Allá deben de estar los dos: Enrique y Cáncer. Hermosa pareja.
Ahora las nubes deciden hacer un firulete y volver hacia atrás. Yo agarro las llaves de mi vehículo y me subo. Le cuesta arrancar, como siempre. El bólido amarillo ya no es lo que solía ser. Corcovea, escupe humo gris y sale dando tumbos. Es el auto más rebelde que vi jamás. Ni Gus pudo domarlo. Pero me sigue gustando. Prefiero su rodar mundano y pedregoso antes que la comodidad eléctrica del botón. Vuelta a las manivelas. Recuperemos los ventanucos. El ABS no nos vencerá.
Enfilo por la rambla rumbo hacia el puerto. Dos containers de balancean en el aire. Danzan. Bailan al son de una música de fierros y metales preciosos. Músicos coreanos, polacos y rusos ejecutan una hermosa sinfonía. Son la orquesta Inarmónica del Muelle Portuario. Los escucho atentamente mientras el checo acomete con su solo de violín. Mientras, el container azul hace un salto ornamental para posarse suavemente sobre la cubierta de un carguero. Ahora el coreano golpea con furia los timbales mientras un perro lame la nafta de un charco.
Una nube se posa sobre mi y comienza a seguirme. La Mole saca el encendedor y prende su armado. Ahora arma. Antes no. Yo siempre desarmé. Desarmé cigarrillos, religiones, parejas, vidas ajenas. Ahora opto por desarmarme a mí mismo. Y ando por ahí con los pedazos colgando, algunos a medio atornillar. Otros se sostienen por inercia o por algún pegamento muy potente de los que antes compraba. Ya no. No tengo ni dinero ni ganas. La Mole me pasa una oreja y da una pitada. No habla mucho, sólo mira. Quiere ir a ver el mar. Desde arriba del cerro. “Quiero ver el mar en un día de tormenta” me dijo. Y yo asentí. No le puedo decir que no. Mientras, él se rasca el costado, como siempre lo hace. Piso duro el acelerador. El frío se cuela por las rendijas del techo de lona. La Mole lo sufre más que yo. Su cabeza está a una distancia considerablemente menor del techo que la mía. Por eso sus rulos se agitan con el viento. Y el cigarro escupe sus cenizas hacia los costados a medida que ganamos velocidad. El cerro se acerca a nosotros. Las luces forman un camino elevado de fósforos encendidos, que se queman lentamente mientras el rocío les corroe las entrañas. La Mole me mira y sonríe. Extraño gesto que no hace más que aumentar mi incertidumbre. No me habla. Pocas veces lo hace. “Quiero ver como los rayos le pegan duro a la isla” había dicho. Y se calló. Por eso es tan grande. Las palabras que ahorra se van depositando en su estómago, a la espera de ser usadas, volcadas en algún sitio. El tiempo lo ocupa fumando. Inhala el aire con placer y cara de chino. Señala el cerro, mientras el humo escribe algo en el aire. La Mole está feliz. Por un rato, estaremos cerca de nuestra utopía diaria. La fuerza centrífuga de Ganímedes es muy fuerte y nos jala hacia el centro. Por eso aceleramos. El aire allá arriba es más fresco. Más puro. Y ya con respirar estamos contentos. Respirar. Fuerte hasta que los pulmones exploten. Y cuando estallan, los colores pueden verse desde toda la ciudad, que aplaude conmovida ante la partida de otro hijo.

Comments on "Rambla de carbones amarillos"

 

Blogger Cristián said ... (1:21 p. m.) : 

Y la mole parecia tan sabia... Pero tambien sufria, y nadie se daba cuenta... Nadie reparo en que las palabras que se guardaban en su estomago quemaban, y lo consumian por dentro, sin poder llegar a sus ojos. No podia llorar.

 

Blogger Verónica said ... (3:17 p. m.) : 

Que interesante tu texto. Me gusta cuando encuentro con gente que tiene una forma particular de ver las cosas... los sueños, las visiones de mundo, las perspectivas diferentes, que interesante me resulta conocer el mundo desde la mirada de otro!

Gracias por tu post. espero, nos sigamos leyendo.

PD: te has dado cuenta de que las nubes se transforman en el objeto que nuestros ojos deseen?

Cariños!
Chauuu :)

 

Blogger Ligustrino Campana said ... (9:08 p. m.) : 

La Mole no es sabia ni es feliz. Es simple. Antes de abrir la boca y gritar, prefiere escuchar y comprender. Antes de entristecerse y morir para siempre, prefiere volver al principio y agarrar otro camino. ¿Por qué siempre todo lo que hacemos tiene que estar bien?

 

Blogger Jean Georges said ... (11:43 p. m.) : 

Porque así lo dice San Benito: Ora y labora, pero no te toques el pito.
Amén.

 

Blogger Ligustrino Campana said ... (12:34 a. m.) : 

¿Por?

 

Blogger El señor K. said ... (2:48 a. m.) : 

Llegan las nubes al sur, cansadas de tanto viaje, de tanta transformación locomotora conejo resbalín lápiz tulipán. Legan las nubes en manadas, como lentos elefantes de algodón. Llegan y nos hablan de otrso cielos, algunos azules y otros rojos, de otras de tierras, de otros hombres que las miraban desde el suelo, donde se veían diminutos, casi insignificantes para ellas.

 

Blogger Carolina Moro said ... (8:00 p. m.) : 

Y me narras las escenas y las mezclas con frases increíbles. Y me hablas de nubes que bajan, de cigarrillos que fumas, de cosas vivas y muertas que desarmas, de pegamentos que no funcionan. Y la locura de colores que sólo se pueden imaginar. Y la locura de toda la historia en realidad que aciertan directo en mis extraños gustos.

Muchas gracias por ponerme aquí. Se lo agradezco, sobre todo porque viene de usted y su enigmática cabeza.

Un beso

 

Blogger Usagi said ... (10:01 a. m.) : 

Y si creo que los pedazos que no se caen es por simple rebeldia, como si alguien algun dia quisiera venir y coser los pedazon... muy bueno como siempre

 

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No te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella.